En 1967, Hélio Oiticica presenta la instalación Tropicália en la muestra Nueva Objetividad Brasileña, en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. Esta instalación, compuesta de tres penetrables y de elementos de la cultura autóctona brasileña, se distinguió por integrar en un proyecto visual elementos perceptibles para el oído, el olfato y el tacto. Según Oiticica, la instalación debía recordar el paso por las favelas de su ciudad natal en Brasil a la vez que convocaba a un ejercicio de contemplación participativo. La Tropicália también fue una corriente ideológica de liberación que se desarrolló en las manos de algunos de los mayores y más importantes exponentes del género MPB (Música Popular Brasileña) como Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa y la banda Os Mutantes, entre otros músicos y compositores. Este movimiento derivó en parte del Manifiesto Antropófago de Oswaldo de Andrade, en el que plantea la revelación de una identidad pura brasileña como producto de un acto de consumir y transformar la cultura del colonizador. Una vez popularizado el movimiento, es conocido como Tropicalismo, una versión menos política enfocada en los elementos pop de la música que nació de esos experimentos y fusiones a finales del 1960, en plena dictadura.
El pasado viernes 21 de marzo, el espacio de exhibiciones 20-20, situado en el #624 de la Calle Cerra, en Santurce, reunió un grupo de artistas en una exhibición que llevaba como título Tropicaleo: una provocación caribeña. La muestra incluyó trabajos de Melissa Calderón, Bobby Cruz, Nelson Figueroa, Karlo Andrei Ibarra, Michelle Gratacós-Arill, Tony Rodríguez, Omar Velázquez, Danny Rivera, Javier y Jaime Suárez, Izam Zawahra y Rafael J. Miranda. Las piezas, en su mayoría, abordaron la comedia de la vida caribeña, el cliché del coco, la playa y las palmeras, articulando a modo de sátira un serie de comentarios que nos dan algunas coordenadas para describir una contemporaneidad más completa. La complejidad de los fenómenos y las dinámicas a través de las cuales nos entendemos y reafirmamos lo que algunos abrazan como identitario no siempre está en consenso. A veces, es más revelador ver lo que se ha obviado, lo que pasa desapercibido.
Esta exhibición, incómoda en su montaje y dispar en sus contenidos, es un retrato honesto, un ensamblaje de piezas inconexas que, juntas, aportan a la construcción de un mapa que está en una constante ampliación/contracción. Entonces, este tropicaleo de exceso de basura, sobre-valoración de chucherías, dinámicas de intercambio, ilegalidades y ficciones reúne algunas de esas contradicciones que desmienten el cliché exoticista del Caribe paradisiaco. Sería casi como defecar sobre una postal con la imagen de una playa soleada y un grupo de personas en trajes de baño, no cualquier grupo de personas, rubios, caucásicos, con anatomías esculturales, lo más lejanas posibles de la realidad.
Javier y Jaime Suárez decidieron acercarse a la temática de la muestra a través de un proyecto de ficción que insinuaba, en un español muy maltratado en su ortografía y escrito sobre servilleta, que su obra había sido confiscada en la aduana. Le pedían disculpas al organizador de la exposición y le recomendaban que vendiera la servilleta enmarcada en $1.00 al primero que preguntara por el precio. Rafael J. Miranda recreó una versión playera de la pieza One and three chairs (1965) de Joseph Kosuth, una de las más mencionadas y reconocidas referencias del arte conceptual estadounidense en la que el artista comenta las relaciones entre lenguaje, imagen y referente. Por otra parte, Bobby Cruz se apropió del letrero de un pequeño chinchorro de venta de bebidas en cocos y montó una pequeña sucursal durante la noche de la apertura. Karlo Ibarra decidió reaccionar al nuevo slogan del gobierno del Estado Libre Asociado, ”Puerto Rico, isla estrella”, recreando una estrella de cinco puntas, como la de la bandera, hecha con las patas encontradas de “burros” amarillos que se utilizan para limitar el paso y reservar estacionamiento en las calles [imagen de portada].
El Caribe se concibe como un paraíso soleado lleno de exotismo e informalidad, donde se vive entre la posibilidad de ser víctima de algún animal salvaje y de ser cómplice de un ocio paradisiaco. Las islas como espacio de tráfico, ilegalidad y piratería es una metáfora abusada, estirada y llanamente entendida sobre la vida caribeña. Si bien somos puertos y lugares de encuentro entre continentes, estamos lejos de ser los dueños exclusivos de esos prejuicios. Este Caribe separado recoge en su cotidianidad tantos desastres como ventajas. Tropicaleo nos invita a observar con detenimiento algunos de esos modos a través de los cuales construimos estrategias de relación y sedimentación de identidades y categorías. Similar al ejercicio de la Tropicália, la influencia extranjera nutre un proceso a través del cual se revalorizan las partes de un mensaje que amenaza a la vez que se hace parte. Ya no es importante si la reverencia proviene de un objeto propio de la cultura popular o del pop capitalizante que ha copado nuestras calles, radios y televisores. El contexto y lo que la obra revele sobre él es lo que da pertinencia temporal a estos ejercicios de reflexión presente.
*Publicado originalmente en la edición de abril de 2014 de la revista en línea, Visión Doble.