Trayectos imaginarios es una investigación en curso en la que Vanessa Hernández Gracia explora los límites del registro documental utilizando su trabajo performático como objeto de estudio. La muestra propone una revisión de una selección de acciones y sus remanentes a través de conversaciones e intercambios con otr*s artistas y colegas. El resultado, es un tramado de variables dispuestas en sala de modo que el público también tenga la posibilidad de trazar sus propias conexiones mientras recorre la exposición.
Hacer memoria es un ejercicio que demanda de imaginación. Lo interesante del pasado —me atrevería a decir— es el halo de verdad que solemos otorgarle cuando le categorizamos de “Historia”. También es cierto, que esa categoría trae consigo métodos y jerarquías que muchas veces suelen olvidar la creatividad implícita que hay en el acto de recordar. Por creatividad también quiero decir libertad, de lectura e interpretación sobre todo. La historia del arte vivo —del performance y las acciones— ha dependido estrechamente de la producción de crónicas escritas o de material visual —fotografías y vídeos—. Muchas veces, tal vez como efecto del mercado de “memorabilia”, se suelen confundir las imágenes con la obra. En el caso particular de esta artista, la obra es obra en la medida en que se activa y los remanentes son remanentes, independientemente de sus cualidades físicas y calidades técnicas. Una vez la acción, performance o evento termina, la obra pertenece a l*s testigos.
Lo que queda luego de un performance es tan frágil y personal, profundamente único y valioso. Es imposible de comparar. No se le puede poner precio a la memoria, tampoco podemos estar seguros de que tod*s recordemos lo mismo. La atención es una animal curioso e inquieto. Con ello en mente, el ejercicio curatorial organizado en sala se presenta mas que nada como una provocación a esa curiosidad. Como una invitación a un proceso carente de jerarquía que busca desarropar las capas de información contenidas entre los restos, los soportes y los gestos de reelaboración de algunas acciones y partituras.
Hernández Gracia invita a a ese proceso de exploración desde la apertura, para elaborar de manera plural una memoria subjetiva y episódica de algunas de sus acciones. Esta invitación pone en evidencia la fragilidad —sino es que la caducidad— de los relatos únicos y sus imágenes. Es precisamente el reconocimiento acerca de la insuficiencia de la documentación fotográfica respecto a su capacidad narrativa lo que Vanessa de algún modo señala cuando decide jugarse otras estrategias para pensar la elaboración de este proyecto. Hacer memoria, debe ser un ejercicio que considere de antemano el espacio de interpretación, abandonando cualquier pretensión de objetividad. Sabemos que la artista abraza el acto de recordar como uno subjetivo y dinámico en el que inciden factores que trascienden las condiciones del momento en el que sucedió la acción. Recordar implica imaginar, reconstruir las circunstancias del acto y poner en valor la experiencia.
Es complicado pensar en la perdurabilidad del arte de acción en un escenario mediado en su mayoría por criterios de mercado que priorizaran sobre el valor del objeto. Para Vanessa este ha sido un tema de investigación consistente durante el desarrollo de su práctica. Ahora bien, de cara al contenido me parece importante subrayar algunos de los ejercicios con los que se podrá interactuar en sala. Los audios grabados en discos de vinilo, son parte de un ejercicio sumamente meticuloso de recopilación de narraciones, grabación y diseño de empaque. La colección de audios que se podrá escuchar en El Lobi, cuenta con relatos de Adán Vallecillo, Catalina Moreno, Pável Aguilar, Melissa Sarthou y éste servidor. Esta colección es medular respecto a los demás elementos que se podrán apreciar a través de la muestra. Los audios abarcan —junto a los remanentes en sala— el espacio de tiempo más extenso (2005 – 2020). La atención que cada un* presta al paisaje, las circunstancias, al orden de los sucesos o a las reacciones del público presente, ejemplifican perfectamente el marco de consideraciones que la artista contempla cada vez que ejerce su labor. Vanessa regularmente entabla un vínculo específico con el espacio en el que la acción tiene lugar; esas conexiones —aunque subjetivas— suelen estar disponibles al ojo atento. El poema de Amanda Hernández, la memoria de Rafael Miranda, el dibujo de Lionel Cruet, y la partitura de Marilyn Boror-Bor evidencian la apertura con la que la artista se aproxima a este diálogo. Una conversación a la que se puede responder con más preguntas, con gestos y con estampas.
Es imposible predecir las reacciones de la audiencia, qué rutas harán y a qué conexiones acudirán en su recorrido. Pero contamos ante todo con la ambivalencia y la serenidad que sentimos al cerrar los ojos para escapar del ruido de las imágenes. Aunque reconocemos la hegemonía de la fotografía y el vídeo en estos tiempos, nos parece prudente apostar por una experiencia visual en la que se deban cerrar los ojos para ver.
En términos formales esta exhibición es un comentario muy concreto en cuanto a la sobrevaloración de la imagen ante otras formas de registro. Aunque el proyecto incluye vídeos y fotos, el esfuerzo está en demostrar la capacidad de la acción de constituirse a sí misma como herramienta de apertura para elaborar instancias que nos permitan reimaginar el pasado bajo rúbricas y condiciones propias.
En Madrid, a 17 de junio de 2021.
Abdiel D. Segarra Ríos
Artista, curador independiente y gestor cultural
*Texto curatorial publicado como parte del catálogo de la muestra “Trayectos imaginarios” de la artista Vanessa Hernández Gracia. La exposición se presentó en dos espacios en dos versiones distintas, una en El Lobi en Santurce, Puerto Rico y en Espacio Cómplices en el Barrio Lavapiés de Madrid, España.